Al pedir un vino en un restaurante comienza un ritual ante los comensales que para algunos puede resultar incómodo. Nos referimos al momento en el que el camarero enseña la botella escogida y lanza la pregunta de quién será el encargado de probarlo. El apuro viene de una falsa creencia, pues solemos pensar que se nos pide nuestra opinión sobre el vino, pero el camarero no espera en absoluto nuestro juicio. Su función es otra. Solo hay que pararse a pensarlo un poco fríamente; ¿para qué querría el profesional conocer nuestro dictamen? ¿Acaso estamos ante una cata? Entonces, ¿por qué se queda esperando a que lo probemos? Se presupone que hemos elegido un vino que será de nuestro agrado y por tanto nadie espera que lo devolvamos si no nos convence, del mismo modo que nadie pretende devolver un plato porque no le gusta. Otra cosa sería que la comida llegara con defectos, y así está el quid de la cuestión. Lo explica muy bien la experta y sumiller Palmira Ríos: el vino se da a probar para confirmar que no tiene imperfecciones. Un buen sumiller puede oler el corcho al abrir la botella o incluso hacer una pequeña prueba, en ciertos casos, pero corresponde al cliente degustarlo en condiciones para comprobar que está perfecto. Un vino, por mucho renombre que tenga o lo que cueste, puede salir malo o haberse estropeado en algún momento. Podría saber agrio o rancio, o también cabe la posibilidad de que se haya estropeado el corcho y haya cogido su sabor. Si el vino no sabe bien, podemos avisar y solicitar que nos lo cambien. Ningún profesional pondrá pegas. También, señala Ríos, tenemos la posibilidad de pedir el vino a otra temperatura que sea más de nuestro agrado. Un tinto demasiado frío o un blanco que se ha atemperado en exceso no se disfrutarán igual, del mismo modo que nadie quiere comer un plato que se ha quedado helado. Así, la única razón por la que se nos da a probar el vino es para comprobar que todo está como debe ser. Nada nos impide dar nuestra opinión al camarero si nos apetece, pero no está de más recordar que poco le interesa nuestro gusto personal o nuestra valoración de cata. Lo que le preocupa es que el vino no haya salido malo.
Foto | Directo al Paladar
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