El estreno de la tercera trilogía de ‘Star Wars’ tuvo una recepción desigual entre los aficionados. Las críticas se dividían entre la apreciación de su acción correctora frente a la maltratada trilogía de precuelas y las más obtusas, limitadas a la aireación de su factor nostálgico. J.J. Abrams elige mostrar, en lugar de decir. La economía narrativa está al servicio del ritmo y una coherencia con el espíritu de la saga original. Uno de los grandes aliados de Abrams para dotar de energía casi expresionista a la narración es su montaje, ajustadísimo a la cantidad de información que necesita cada escena. El departamento de diseño de la película es muy notable, pero no solo por la coherencia con la saga que habita, sino por buscar la homogeneidad, la pregnancia de conceptos a través de una armonía visual no geométrica, pero sí ordenada y bien distribuida. El uso del color y el uso intencionado de la luz y la sombra son elementos clave en la narrativa visual de la película. El contraste de bien contra mal se aprecia al final, cuando el azul del sable de luz de Luke Skywalker se bate contra el rojo de un Kylo Ren desbocado. ‘Star Wars: El despertar de la fuerza’ es una película que prácticamente se puede ver y entender sin voz, sin volumen, y eso lleva implícito un laborioso trabajo invisible que, guste más o menos el resultado, está ahí.
Imagen | Espinof