En los años 50, hubo un interés creciente en la idea de fabricar coches de propulsión nuclear. En ese momento, la energía nuclear era considerada una prometedora fuente de energía y se pensaba que podría revolucionar la industria del transporte. Sin embargo, a pesar de los avances en la tecnología nuclear, nunca se logró miniaturizar lo suficiente una central nuclear para que pudiera caber en un coche.
Una de las marcas que exploró esta idea fue Studebaker, que presentó el concept car Astral en 1958. Aunque solo era una maqueta, despertó el interés del público. Ford también se sumó a la carrera y presentó el prototipo Nucleon, que incluía un reactor nuclear en el centro del coche. Sin embargo, ninguno de estos proyectos pasó de la fase de maqueta.
En medio de esta fiebre nuclear, la marca francesa Arbel anunció en el Salón de Ginebra de 1958 que lanzaría un coche de propulsión nuclear. La empresa había adquirido el proyecto de un ingeniero aficionado llamado Casimir Loubières, que había diseñado un coche híbrido con motores eléctricos en cada rueda. Arbel rediseñó el coche y propuso diferentes opciones de motorización, incluyendo uno que funcionaba con residuos nucleares.
A pesar de las grandes ambiciones de Arbel, el proyecto nunca se materializó. La empresa no contaba con ingenieros ni con los recursos necesarios para llevarlo a cabo. Los clientes que habían pagado depósitos nunca recuperaron su dinero y Arbel desapareció sin dejar rastro.
En resumen, en los años 50 se exploraron diferentes ideas para fabricar coches de propulsión nuclear, pero ninguna de ellas se hizo realidad. Aunque la energía nuclear ofrecía grandes posibilidades, la tecnología no estaba lo suficientemente avanzada como para miniaturizar una central nuclear y hacerla caber en un coche. A pesar de los esfuerzos de marcas como Studebaker, Ford y Arbel, los coches nucleares nunca llegaron a las carreteras.
Imagen: Motorpasión