En cuestión de un mes se cumplirán dos años desde que los tanques del Kremlin se lanzaron rumbo Kiev en lo que sería el primer compás de la invasión rusa de Ucrania. Las sanciones aplicadas por Occidente les vetaron espacios aéreos y cortaron el acceso a fabricantes como Boeing y Airbus, con el enorme reto que ello implica a la hora de conseguir repuestos con los que mantener su flota actual. Aeroflot, la aerolínea bandera de Rusia, es un buen ejemplo. Desde 2022 las aerolíneas rusas se han visto obligadas a buscar la forma de adaptarse al nuevo escenario, a menudo tirando de aliados o incluso de imaginación. Rusia ha recurrido a Irán para que le ayude en el mantenimiento de sus aviones. Otra de las soluciones ha pasado por el pirateo de piezas o incluso “la canibalización” de la flota que ya tiene en su poder. Tras la aprobación de las sanciones occidentales, Vladimir Putin aprobó una ley que permitió a sus aerolíneas quedarse con los aviones de compañías extranjeras que tuviesen alquilados. Pese a las vías para paliar el efecto de las sanciones occidentales, las aerolíneas rusas parecen no ser inocuas a los dos años de restricciones. Aeroflot ha ordenado al personal de sus aviones que, en caso de encontrarse con averías en los vuelos, no las registraran.
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