La historia de Iwao Hakamada es una de esas narrativas trágicas que parecen sacadas de una novela negra. En 1968, a los 30 años, fue condenado a muerte por cuatro asesinatos y un incendio. Su vida transcurrió entre rejas, con el miedo constante de ser ejecutado. Sin embargo, a los 88 años, un tribunal japonés lo ha declarado inocente, tras descubrir que las pruebas que lo incriminaron fueron probablemente fabricadas.
Para entender su historia, es necesario retroceder a 1966, cuando la policía encontró los cuerpos de una familia en Shizuoka. Hakamada, un exboxeador, fue arrestado dos meses después. En 1968, el tribunal lo declaró culpable, basándose en una confesión y en prendas de ropa manchadas de sangre que supuestamente había usado. Sin embargo, estas prendas fueron encontradas un año después, lo que generó dudas sobre su validez.
A pesar de los intentos de su defensa por apelar la sentencia, Hakamada pasó décadas en prisión. En 2008, su defensa cuestionó la autenticidad de las pruebas, especialmente el color de las manchas de sangre, que no deberían haber conservado su tono tras un año en un tanque de miso. Además, la confesión fue obtenida bajo tortura, lo que planteó serias dudas sobre su veracidad.
En 2014, un juez decidió que era injusto mantenerlo en prisión, y Hakamada fue liberado, aunque aún esperaba un nuevo juicio. A pesar de su liberación, su salud se había deteriorado gravemente. Finalmente, en marzo de 2023, el tribunal lo absolvió, revocando la condena que lo había mantenido en el corredor de la muerte durante casi medio siglo.
Este caso es significativo no solo por la historia personal de Hakamada, sino también porque en Japón no es común que se reabran juicios de condenados a muerte. A pesar de la notoriedad del caso, el apoyo social a la pena capital en Japón sigue siendo alto, con un 80% de la población a favor de su mantenimiento.
Imagen: Amnistía Internacional, Ethan Wilkinson (Unsplash) y Tim Photoguy (Unsplash)