En los últimos tiempos, el papel de la vitamina D en la salud ha cobrado relevancia, especialmente por su conexión con diversas patologías y la preocupación creciente sobre su insuficiencia generalizada entre ciertos sectores de la población en Europa, Norteamérica y Canadá. Se ha evidenciado su importancia en el funcionamiento del sistema inmune, destacando su relación con una mayor vulnerabilidad a complicaciones en casos de COVID-19 ante su deficiencia. Particularmente en riesgo se encuentran embarazadas, niños, ancianos, individuos con obesidad, personas de tez oscura y aquellos con limitada exposición solar. A pesar de que el sol contribuye significativamente a su síntesis, la dieta también juega un papel crucial, siendo el pescado graso, algunos lácteos y productos enriquecidos fuentes recomendables. No obstante, la prevalencia del uso de protectores solares y el declive en la ingesta de alimentos grasos sugieren factores contribuyentes a su escasez. La monitorización de los niveles sanguíneos de esta vitamina es clave para decidir sobre la suplementación, que si bien es beneficiosa en casos de déficit, puede ser perjudicial si se practica sin control debido al riesgo de toxicidad. A pesar de indicios positivos sobre su efectividad contra enfermedades respiratorias en deficientes, la suplementación en individuos con niveles adecuados carece de evidencia concluyente, marcando la necesidad de más estudios para una comprensión integral de sus beneficios y riesgos.
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