En la última década, las zonas áridas de la península ibérica han aumentado drásticamente. En los 2000, estas áreas se concentraban en 307 kilómetros cuadrados alrededor de Tabernas. Hoy, ya son 7.101 kilómetros cuadrados. Según la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC, la desertificación extrema afecta a un 34% de Almería y un 26% de Murcia. Además, se extiende a Alicante y Granada.
El desierto está devorando España por el sudeste y no parece detenerse. La desertificación no es solo la pérdida de suelo fértil, sino un proceso complejo que degrada ecológicamente el suelo hasta romper su capacidad de autorregulación. Los suelos son ecosistemas activos que se autorregulan de forma autónoma. La FAO destaca que los organismos del suelo son esenciales para los ciclos de nutrientes, la captación de carbono y la salud vegetal.
La desertificación desnaturaliza regiones enteras, siendo una de las consecuencias más visibles y costosas del cambio climático. Los lugares con procesos de desertificación activos están muy vinculados a la agricultura de regadío. La degradación del valle del Ebro, la dehesa extremeña y el sureste peninsular es cada día más evidente. Las prácticas intensivas y extractivistas de ’empresas agrarias fantasma’ agravan la situación.
Las iniciativas políticas se encuentran en un callejón sin salida. La Unión Europea ha aprobado la ley de restauración de la naturaleza en medio de una polémica que amenaza con bloquearla en los tribunales. La desertificación es un desastre sin paliativos del que es muy difícil escapar.
