La reciente noticia sobre que las faltas de ortografía bajarán hasta un 10% de la nota de los exámenes de Selectividad ha vuelto a poner de actualidad a aquellos que llevan décadas en armas contra ‘el conjunto de normas que regulan la escritura’. ¿Tiene algún sentido la idea de cargarnos las normas ortográficas? ¿Qué diantres es la ortografía? Como defendía Carlota de Benito, profesora de Lingüística iberorrománica en la Universidad de Zúrich, ‘la ortografía no la hacen los escribientes al escribir, sino que es un código que busca representar la lengua en un espacio (el papel, la pantalla) en el que se ve privada de una de sus características más importantes: la voz’. Es decir, son un conjunto de estrategias que tratan de ‘desbrozar’ la selva linguística para ‘suplir las carencias’ expresivas y comunicativas de la escritura. Aunque a menudo no seamos conscientes, la ortografía se levanta sobre una enorme cantidad de ‘análisis técnicos’: el fonológico, el prosódico, el morfológico y el sintáctico. Por eso, mientras los lingüistas llevan décadas defendiendo que no se ‘habla bien o mal’, cuando tocamos la ortografía la cosa cambia: al partir ‘de un análisis científico, la ortografía sí debe basarse en el razonamiento lógico’ y, por eso, ‘un papel normativo fuerte’ sí tiene sentido. Las propuestas ‘antiortográficas’ intentan hacer que se reflexione sobre las normas de ortografía para cerciorarnos que en pos del ‘racionamiento lógico’ no esconde una falta artificial y arbitraria de opcionalidad y la variedad de ‘intenciones y estilos’ que de dan también en la lengua escrita. La controversia sobre la tilde del solo muestra que en la definición de las reglas ortográficas dista mucho de ser un proceso neutral, aséptico y lógico. Es lógico que haya quien pida revisiones de esas mismas normas; ya sea para simplificarla y modernizarla, para hacerla más inclusiva o para que represente mejor los usos de las distintas variedades lingüísticas. Las consecuencias de las normas ortográficas son evidentes cuando las utilizamos como filtro para acceder a ciertos espacios públicos, lo que puede perjudicar a algunas variantes lingüísticas. Al fin y al cabo, aprender y cumplir la norma siempre será más difícil para alguien que no pronuncie según dicha norma. ¿Está restringiendo la norma las posibilidades de los escribientes y perjudicando a unas variantes lingüísticas frente a otras?
Imagen: Universidad de Navarra