El 18 de marzo de 1314, Jacques de Molay, el último gran maestre de la orden del Temple, fue quemado vivo frente a la catedral de Notre Dame. Este evento marcó el final de los templarios, perseguidos por Felipe IV de Francia. El monarca acusó a los templarios de graves abominaciones y herejía, utilizando estas acusaciones para justificar su detención y ejecución.
Felipe IV inició su cruzada contra los templarios con falsas acusaciones, enviando cartas a los alguaciles y senescales para encarcelar a los miembros de la orden. Los templarios fueron acusados de realizar rituales oscuros y depravados, incluyendo la negación de Cristo y la adoración de falsos ídolos. Estas acusaciones fueron utilizadas para justificar la tortura y obtener confesiones forzadas.
Entre octubre y noviembre de 1307, decenas de templarios fueron arrestados en Francia. La mayoría no eran guerreros, sino artesanos y comerciantes. Los interrogatorios, liderados por inquisidores, incluyeron torturas como el hambre, la privación de sueño y la quema de pies. Jacques de Molay y otros altos cargos templarios confesaron bajo tortura, aunque muchos historiadores consideran estas confesiones como infundadas.
El proceso contra los templarios fue una falacia, con respuestas prefabricadas por los inquisidores. A pesar de la intervención del Papa, los templarios fueron condenados y ejecutados. La caída de los templarios fue un ejemplo de cómo el poder político puede manipular la justicia para eliminar a sus enemigos.
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