En el ámbito de la ciencia ficción, la evolución de los crímenes y las leyes es un tema recurrente. La ciberdelincuencia es bien conocida, pero los crímenes relacionados con la genética están emergiendo. Arthur “Jack” Schubarth, un ganadero de 80 años de Montana, es el protagonista de esta historia. No es un genetista, sino el propietario de Sun River Enterprises LLC, una explotación ganadera de 87 hectáreas dedicada a la cría de ganado alternativo.
Recientemente, Schubarth se declaró culpable de un delito federal de tráfico de animales salvajes. Su objetivo era crear una oveja híbrida gigante para la caza en cautividad. La sentencia incluye seis meses de prisión por dos delitos medioambientales. El primero, por conspiración para infringir la Ley Lacey, y el segundo, por quebrantar dicha norma.
La Ley Lacey, aprobada en 1900, regula la importación de vida salvaje en EE.UU. Schubarth importó material genético de una subespecie de muflón de Asia, el argalí o carnero de Marco Polo, conocido por ser la oveja más grande del mundo. Esta especie está protegida por la legislación estadounidense y su importación está prohibida en Montana.
El plan de Schubarth incluía la clonación de este carnero, obteniendo embriones que luego inseminó en hembras de otras especies de ovejas. Para llevar a cabo su plan, falsificó documentos sanitarios y vendió muestras de esperma a compradores en otros estados. La condena incluye el pago de 20.000 dólares a un fondo vinculado a la Ley Lacey y 4.000 dólares a la National Fish and Wildlife Foundation.
El juez consideró la edad de Schubarth y su falta de antecedentes al dictar sentencia. Aunque no fue condenado por la clonación, tanto el juez como el fiscal expresaron su rechazo a la práctica. Este caso pone de relieve cómo las leyes a menudo no pueden seguir el ritmo de los avances tecnológicos, creando vacíos legales en la persecución de actos que vulneran normas bioéticas.
