Hace 63 años, durante unas obras en los alrededores de Chichén Itzá, Yucatán, se descubrió una cámara subterránea con decenas de huesos humanos. Este hallazgo ha estado envuelto en misterio, ya que los restos pertenecían a niños de corta edad. Un reciente análisis de ADN ha desvelado que todos eran niños varones, y una cuarta parte estaban estrechamente relacionados, incluidos gemelos idénticos.
La datación por radiocarbono indica que los huesos fueron enterrados entre los siglos VII y XII, principalmente durante el apogeo de Chichén Itzá (800-1000 d.C.). El análisis isotópico sugiere que los niños compartían la misma dieta, lo que indica que vivían juntos. Según la arqueóloga Oana Del Castillo-Chávez, las edades y dietas similares, junto con la relación genética, apuntan a un lugar de entierro post-sacrificio.
El sacrificio de gemelos era significativo en la mitología maya y podría estar relacionado con los hallazgos. Los elementos subterráneos como el Cenote Sagrado se veían como portales al inframundo, asociados con el agua y la lluvia, cruciales para la sociedad maya. Los niños sacrificados podrían haber sido ofrendas para el crecimiento del maíz o para complacer a la deidad de la lluvia, Chaac.
El estudio también revela que las víctimas eran locales, con continuidad genética entre los niños antiguos y las comunidades mayas actuales. Además, encontraron evidencia de selección positiva en genes relacionados con la inmunidad. La cámara subterránea, probablemente una cisterna de agua, se había ampliado para conectarla con una cueva cercana, relacionada con el sacrificio ritual.
Este hallazgo contradice la teoría de que los mayas sacrificaban principalmente a niñas, como se pensaba por los restos encontrados en el Cenote Sagrado. La nueva investigación sugiere que no había una preferencia de género en los sacrificios.
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