En medio de la guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China, las tierras raras se han convertido en un recurso estratégico para el gigante asiático. Diferentes gobiernos occidentales intentan reducir su dependencia de la producción china, pero el gobierno de Xi Jinping mantiene un férreo control del mercado. Las tierras raras son esenciales para fabricar semiconductores, baterías de coches eléctricos, componentes de paneles fotovoltaicos, turbinas eólicas y otros dispositivos.
China ha logrado mantener su dominio mediante una oferta masiva que provoca precios absurdamente bajos en el mercado internacional, eliminando así la competencia occidental. Aunque las tierras raras no son ni tierras ni raras, su extracción y refinado son procesos complicados y contaminantes. China ha aprovechado sus leyes medioambientales y laborales más laxas para dominar el mercado, controlando entre el 50% y el 60% de la minería y casi el total del procesado de estos elementos.
Recientemente, China ha encontrado tierras raras en el espacio, lo que ha permitido que el precio de estos elementos caiga casi un 20% desde comienzos de 2024. Esta estrategia ha llevado a que el precio de la tonelada de praseodimio y neodimio gris se sitúe en 50.000 dólares. Estos elementos son cruciales para la creación de imanes utilizados en motores de coches eléctricos, televisores, electrodomésticos y turbinas eólicas.
El exceso de oferta por parte de China ha sido incentivado por el propio gobierno, con un aumento del 13% en la producción de tierras raras en 2024. China controla el 91% de las operaciones de refinado, el 87% de la separación de óxidos y el 94% de los imanes. Esta dominancia ha llevado a que las acciones de las mayores mineras de tierras raras fuera de China caigan significativamente.
En respuesta a la crisis con Occidente, China ha limitado la exportación de tierras raras vitales como el galio y el germanio. A pesar de sus problemas internos, China sigue inundando el mercado occidental con sus productos, apoyando su industria verde local. Mientras tanto, países occidentales buscan reducir su dependencia, aunque enfrentan desafíos regulatorios y medioambientales.
Imagen: Peggy Greb