En un mundo lleno de opciones, como el pasillo de yogures de un supermercado, la diversidad puede resultar abrumadora. Sin embargo, la doctora Laura Culleré, experta en química analítica, sostiene que los yogures de sabores, tal como los conocemos, no existen. Su argumento se basa en la limitación de nuestro sentido del gusto, que solo puede detectar cinco sabores básicos: dulce, salado, ácido, amargo y umami.
Por otro lado, el olfato, con sus 347 receptores, puede distinguir hasta un billón de olores. Esto plantea la pregunta: si el 80% del sabor proviene del aroma, ¿tiene sentido hablar de ‘sabor a fresa’ o ‘sabor a limón’? Culleré sugiere que sería más preciso referirse a ellos como ‘aroma a fresa’ o ‘aroma a limón’. Este tecnicismo, aunque pueda parecer trivial, es fundamental para entender cómo percibimos los alimentos.
La Norma de Calidad para el yogur, según el Real Decreto 271/2014, clasifica los yogures en varias categorías, siendo los aromatizados los que se consideran ‘de sabores’. Esto refuerza la idea de que lo que realmente disfrutamos es el aroma, no el sabor en sí. El olfato, a menudo subestimado, juega un papel crucial en nuestra experiencia sensorial.
Como señala Federico Kukso en su obra ‘Odorama’, el olfato ha influido en la historia y en nuestra vida cotidiana. Aunque el gusto suele recibir más atención, el olfato es esencial para enriquecer nuestra percepción del mundo. Es hora de reivindicar este sentido, especialmente en un contexto donde la industria alimentaria juega con nuestras percepciones sensoriales.
Imagen: Miki Yoshihito