El platillo del café, ese pequeño accesorio que acompaña a la taza, tiene una historia fascinante. Aunque hoy en día su función principal es evitar quemaduras y sostener el sobre de azúcar o la galleta, en el pasado, el platillo era el verdadero protagonista a la hora de beber café.
En el siglo XVIII, la Compañía de las Indias orientales importó de China pequeños cuencos de porcelana que se usaban para beber líquidos. Estos cuencos, conocidos como platillos, se popularizaron en Europa, especialmente en Inglaterra y Suecia, donde se utilizaban para enfriar el té y el café. La mayor superficie de contacto del platillo permitía que la bebida se enfriara más rápido, evitando quemaduras en la boca.
El ritual de beber café en un platillo consistía en verter una pequeña cantidad de la bebida en el platillo y sorberla directamente. Este método no solo enfriaba el café, sino que también permitía disfrutar de los primeros sorbos sin quemarse. Aunque esta práctica ha caído en desuso en muchas partes del mundo, en algunas regiones, como en Suecia con la tradición del ‘dricka på bit’, aún se mantiene viva.
En resumen, el platillo del café ha evolucionado de ser un elemento esencial para beber la bebida caliente a un accesorio práctico y decorativo. Sin embargo, su historia nos recuerda la ingeniosa manera en que nuestros antepasados disfrutaban de su café sin quemarse.